Nuestro cerebro ha sido diseñado biológicamente para mantenernos con vida, lo cual significa que, cuando hay una amenaza, debemos responder de la manera más efectiva posible para garantizar nuestra supervivencia. Esto puede convertirse en un problema cuando los mecanismos de afrontamiento persisten después de que la amenaza ha desaparecido, llevándonos a un estrés crónico.